El sol despierta más temprano cada día
pero la casa está aún sombría,
atiborrada,
los muebles alzan sus cuerpos sólidos
los cuadros manchan las paredes,
y una multitud de recuerdos olvidados,
se eparcen y deslizan por todos los estantes,
ocupan los espacios, me obstruyen la vista,
Esas cajas en el placard
y las otras en la alacena,
repletos los cajones,
los grandes electrodomésticos
y los pequeños,
las mesas y sus sillas, y esos taburetes,
y una histórica acumulación de libros
en la biblioteca.
Papeles sobre el escritorio,
y todos esos almohadones,
descansando en el sofá,
el piano y esas lámparas de pie,
ropa y más ropa, y zapatos,
revistas y folletos y rollos de cocina.
Toda esa abundancia satisfecha
que me ha anclado en esta casa,
hoy no es más que montonera,
atrabanco peligroso,
ocupación excesiva de mi espacio.
¡Demasiado!
Todo obstruye la luz de la ventana,
y aquel rayo de sol que la vida me asoma.
Armo cajas y las lleno,
una y otra, y unos bolsos y bolsas repletos de vejeces en desuso,
y de inútiles objetos fantasmales,
que una vez tuvieron vida, pero que hoy están muertos de cansancio.
Me despojo, me deshago, me desdoblo,
me desnudo, me despliego, me desahogo.
Vacío los placares, los cajones,
los estantes y descanso.
Cargo el auto y me las llevo lejos.
Alguien más lo necesita más que yo.
Cuando vuelvo, la casa se ha agrandado,
hay luz por los rincones;
ese eco de mi voz y de la música es distinto,
y hasta el aire se mueve y es más fresco.
¡Qué alegría!
De pronto se me ocurre que es un poco así morirse,
vas soltando las amarras para respirar mejor,
para ir más ligero de equipaje,
para subir más fácil a sentarse en la nube de la esquina
a tomar sol.
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